Hechos y no Palabras
Hay personas que destilan miel en sus palabras y luego, cual abeja, entierran el aguijón. Lenguas colmadas de palabras lindas que, a veces, cubren envidia, mala intención, falta de amor.
HECHOS Y NO PALABRAS
Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. 1 Juan 3:18
¡Qué desagradable es la zalamería! Hay personas que destilan miel en sus palabras y luego, cual abeja, entierran el aguijón. Lenguas colmadas de palabras lindas que, a veces, cubren envidia, mala intención, falta de amor. Esta última palabrita “amor” ya ha sido tan manoseada y se aplica a cualquier circunstancia. ¡Si hasta en la farándula, la prensa rosa y el cine barato, se la pone en boca de personajes falsos o vanos, como diría el Eclesiastés!
Con palabras podemos construir hermosos mundos para la literatura y la fantasía, pero imaginarios e inexistentes, al fin y al cabo. La Biblia nos enseña sobre los diferentes tipos de amor que pueden darse entre los hombres:
el amor maternal de María que aceptó la encarnación del Hijo de Dios en su seno y su corazón fue atravesado por el dolor; el amor paternal de David, capaz de renunciar hasta a su propio reino por su torpe hijo Absalón;
el amor pastoral de Pablo, quien recorría kilómetros y enfrentaba persecuciones y castigos por causa de sus discípulos; el amor de los esposos, no exento de sentimientos sublimes y erotismo, en el Cantar de los Cantares de Salomón; como también la pasión disfrazada de amor en la violación de la bella Tamar por Amnón o la seducción de la esposa de Potifar hacia su siervo José. Todos estos relatos son el registro de hechos tan reales y crudos, como los que cuentan nuestros periódicos de hoy.
Pero la mejor definición del amor la encontramos en la cruz: “De tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo Unigénito para que todo aquél que en Él crea no se pierda sino tenga vida eterna” (San Juan 3:16) Es una definición concreta y clara: si usted quiere amar renuncie a lo más preciado, su propio yo, y entréguese al otro. Si usted quiere ser amado o amada realmente, entonces busque a Dios y acepte, sin barreras, el regalo que Él quiere entregarle:
Su inmenso amor en Jesucristo. Si usted desea saber si ama realmente a alguien, basta solamente que se pregunte: ¿estoy dispuesto a renunciar a lo más preciado por él o ella? Si es así, pues usted está dando amor.
Ponga atención a esto: yo ya he escrito tres párrafos para hablar sobre el amor. Podríamos citar innumerables textos de la Escritura que nos enseñan sobre ello, desde 1 Corintios 13 hasta las palabras de Jesús sobre como se debe amar a Dios, al prójimo, a sí mismo y aún a los enemigos.
Sin embargo a San Juan sólo le bastó una línea para decirnos: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.” Es que los humanos siempre estamos más prestos a hablar y a teorizar, que a vivir. Y el amor no es cuestión de palabras sino de hechos.