«Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía» (Juan 15:2).
«Solo hay que cortar un poco más». Qué extrañas me parecieron las palabras; y entonces oí el hacha del jardinero mientras cortaba los arbustos de lila. Estaban muy cerca de las ventanas y no dejaban entrar la luz del sol ni el aire; aun más, obstruían la vista.
Observamos el proceso y mientras los arbustos caían uno tras otro, alguien comentó: «Solo hay que cortar un poco más y ya está. Estos arbustos de lila en realidad interrumpen la vista de las Montañas Blancas».
Me agradó que el jardinero cortara los arbustos ese día porque su ausencia sacó a relucir mucho, como pude ver por las exclamaciones que siguieron: «¡Qué precioso es ese arbolito! ¡No lo había visto antes!». «¡Qué hermosa es esa planta de hoja perenne! ¡Nunca me había fijado en ella hasta ahora!».
¿No hemos escuchado exclamaciones similares después que Dios ha ejecutado cortes y separaciones severas en nuestra vida? No es cierto que hemos dicho: «¡Nunca amé a Dios tanto como desde que se llevó a mi pequeño!».
«¡Nunca vi la belleza de esta o aquella escritura hasta ahora!». ¡Ah, él sabe! Solo confíe en él. Un día lo veremos todo con claridad. Dame el valor para someterme a la cirugía de tu Espíritu. Dame la valentía para separarme de lo que más quiero, si es que me aleja de ti. ¡Te lo pido en el nombre de Cristo!