«Por completo» (Hebreos 7:25).
John B. Gough, el conferenciante que más hablaba de la templanza, recibió de su piadosa madre un versículo que en realidad llegó a ser como un tesoro enterrado, porque permaneció escondido dentro de su corazón durante siete largos años de desenfreno. Ese versículo fue:
«Por eso también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios».
Sus pecados se alzaban como montañas delante de él; parecían indelebles; el pasado no podía deshacerse. Pero conoció a Jesucristo y descubrió que su sangre valía hasta para él. «He sufrido —exclamaba— y he salido del fuego abrasado y chamuscado con las marcas sobre mi persona y con el recuerdo de su quemadura dentro de mi alma».
Él comparaba su vida a un montón de nieve que se había ensuciado mucho; ningún poder sobre la tierra podía restaurarlo a su anterior blancura y pureza. «Las cicatrices permanecen.
Las cicatrices permanecen», solía decir con amargo remordimiento. Jesús puede salvar por completo. Dice un escritor: «Dios pinta en muchos colores, pero nunca pinta con tanta belleza como cuando lo hace en blanco».
El carmesí de la puesta de sol; el azul celeste del océano; el verde de los valles; el escarlata de las amapolas; el plateado de las gotas de rocío; el oro de la aulaga: todos ellos son exquisitos, tan perfectamente hermosos, que en realidad no podemos imaginar un cielo atractivo sin ellos.
Pero sentimos que en el alma de John B. Gough, el arte divino tiene su manifestación suprema.