«Se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible»
Hebreos 11:27
La vida de Moisés fue una en la que tuvo mucho que soportar. Soportó el destierro del ambiente, las comodidades del palacio y la corte más brillante que existía para ese entonces; soportó la pérdida del privilegio y la renuncia a las perspectivas espléndidas; soportó la huida de Egipto y la ira del rey, soportó el exilio solitario en Madián, donde estuvo enterrado vivo por años; soportó la larga y difícil caminata a través del desierto a la cabeza de un pueblo esclavo, que buscaba consolidar como nación; soportó los malos modales y las provocaciones incontables de una generación rebelde y perversa; soportó la muerte solitaria en Nebo, ¡y la tumba sin nombre que los ángeles le cavaron allí! Y he aquí que se nos revela el secreto de su maravillosa fortaleza:
«Se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible».
Él percibía la presencia de Dios. Vivía en la conciencia de «Tú, Dios, me ves». Miraba hacia arriba y tenía un aprecio habitual por lo celestial y lo eterno. En las cámaras superiores de su alma había una ventana abierta hacia el cielo y desde ahí había una vista de las cosas invisibles.
Como lo dice un viejo autor: «Él tenía puestos sus ojos en uno más grande que Faraón, y eso lo guardó». Sí, y eso guardará a cualquiera de nosotros: vivir con la conciencia de que Dios nos observa caminar por fe y no por vista. «No hay nada —dice un gran predicador de la actualidad— que capacite más a un hombre para continuar con las cosas que son terrestres y materiales, como darle prioridad todos los días a esa parte de su naturaleza que mora con lo invisible». —S. Law Wilson