«Porque el que quiera salvar su vida, la perderá» (Marcos 8:35).
El perder la vida no es solo el fundamento de una nueva existencia para nosotros, sino también el fundamento de una nueva vida para los demás, así como la pérdida de la vida de nuestro Señor ha traído cosecha abundante a través de los años.
Es perder la vida por causa de la cosecha; es el grano de trigo que cae a la tierra y muere para que no quede solo.
La vida de John Coleridge Patterson estaba equipada con todos los dones para enriquecer y hacer feliz a su propia tierra; sin embargo, la sacrificó para vivir la vida difícil y afanosa que vivió en el Pacífico Sur.
Si le hubieran preguntado: «¿Lamentas haber dejado atrás lo que tenías?», habría contestado: «En mi vida la promesa se ha cumplido».
Un cónsul estadounidense en China le dijo una vez a Matthew Culbertson: «Usted hubiera podido ser un general de división si se hubiese quedado en su país».
Él había sido el mejor de su clase en la academia militar de West Point, pero las oraciones de su madre produjeron fruto y se hizo misionero.
Él fue el que tuvo genio militar cuando hubo la necesidad en Shanghai.
«No, solo dijo: No lo lamento. El privilegio de predicar el evangelio a cuatrocientos millones de mis semejantes es el más grande que cualquier hombre puede tener sobre la tierra». Él había encontrado su vida.
Sin duda alguna, Livingstone perdió su vida, pero encontró otra: una vida que se extendió a través de África, que permanece en África, que moldeó la manera de pensar del mundo con respecto a África.
Henry Martyn puso su mano en el arado con estas palabras: «Ahora, ¡permítanme consumirme para Dios!». Sin «mirar atrás». ¡Sin abandonar la labor ni siquiera para unas vacaciones!
Piense en James Gilmore en Mongolia, viviendo una vida solitaria. Mongolia se extiende desde el mar de Japón en el este, hasta el Turquestán en el oeste, una distancia de unos cuatro mil ochocientos kilómetros, y desde la frontera austral de Rusia asiática hasta la gran pared de China, unos mil cuatrocientos kilómetros.
¡Qué clase de campo misionero! Pero, ¡qué labrador! ¡Murió en el surco!
Hace mil novecientos años nuestro Señor perdió su vida y su fama. ¿O las ha perdido en realidad?
La Biblia es el conjunto de libros canónicos del judaísmo y el cristianismo. La Biblia es la Palabra de Dios, escrita por hombres inspirados por el Espíritu santo
