«Como esta viuda no deja de molestarme, voy a tener que hacerle justicia» (Lucas 18:5).
Debemos tener cuidado de lo que le pedimos a Dios; pero una vez que empezamos a orar por algo, no debemos dejar de orar hasta que lo recibamos, o hasta que Dios nos deje ver de una manera muy clara y definitiva que no es su voluntad concederlo.
—R. A. Torrey
Se dice de John Bradford que tenía un talento especial para la oración. Cuando le preguntaron su secreto, dijo: «Cuando sé lo que quiero, siempre me detengo en esa oración hasta que siento que lo he argumentado con Dios y hasta que él y yo hemos llegado a un acuerdo en cuanto a ello. Nunca paso a otra petición hasta que he terminado con la primera».
Con respecto a lo mismo, el señor Spurgeon dijo: «No trate de poner a la vez dos flechas en el arco; las dos fallarán. El que pone en su arma dos cargas no puede esperar tener éxito. Suplique a Dios una vez y prevalezca, y entonces, suplique otra vez. Obtenga la primera respuesta y entonces siga con la segunda.
No se conforme con mezclar los colores de sus oraciones hasta que no haya un cuadro que mirar, sino solo una gran embarradura, una mancha de colores muy mal pintados».
Sería mucho mejor saber cuáles son nuestras necesidades reales y entonces concentrar nuestras súplicas anhelantes en esos objetivos específicos, considerándolos pausadamente uno por uno.
«Pregúntame lo que yo quisiera darte».