«Jesús les contó a sus discípulos una parábola para mostrarles que debían orar siempre, sin desanimarse» (Lucas 18:1).
La palabra «necesidad» es enfática. Implica una obligación tan alta como el cielo. Jesús habló de «la necesidad de orar siempre sin desanimarse».
Confieso que no siempre tengo deseos de orar cuando, juzgando por mis sentimientos, no hay nadie escuchándome. Entonces estas palabras me han inquietado para orar:
«Tengo necesidad de orar».
«Tengo necesidad de orar siempre. No debo desmayar en la oración».
La oración es un tipo de trabajo. El agricultor ara su campo a menudo aunque no sienta deseos de hacerlo, pero espera con confianza una cosecha a cambio de su labor. Ahora, si la oración es un tipo de trabajo y nuestra obra no es en vano en el Señor, ¿no debemos orar sin que importen nuestros sentimientos?
Una vez cuando me arrodillé para orar por la mañana sentí una especie de mortandad en mi alma y justo entonces el «acusador de los hermanos» se dedicó a recordarme cosas que hacía tiempo estaban bajo la sangre.
Clamé a Dios para que me ayudara y el bendito Consolador me recordó que mi gran Sumo Sacerdote estaba abogando mi caso; que yo debía acercarme con confianza al trono de la gracia. Lo hice, ¡y el enemigo fue derrotado! ¡Qué tiempo de comunión tan bendecido tuve con mi Señor!
Si hubiera desmayado en vez de pelear, no hubiera podido recibir salario porque no hubiera trabajado incansablemente y con fervor en la oración; no hubiera podido cosechar porque no hubiera sembrado.