«No seas vengativo con tu prójimo, ni le guardes rencor. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el SEÑOR» (Levítico 19:18).
Hay ocasiones en que no hacer nada demanda mucho más esfuerzo que estar activo. Mantener la serenidad es a menudo la mejor evidencia de poder. Incluso ante los ataques más viles y mortíferos, Jesús respondió con un silencio profundo e inquebrantable.
Su silencio fue tan profundo que hizo que sus acusadores y espectadores se callaran asombrados. A los más grandes insultos, los más violentos tratos y a las burlas que pudieron producir justa indignación a los corazones más débiles, él respondió con silencio, con una calma confiada.
Quienes son injustamente acusados y maltratados sin causa saben de la tremenda fuerza que se requiere para guardar silencio y dejar la venganza a Dios.
Los hombres pueden malinterpretar tus intenciones,
Y creer que tienen razón para juzgarte,
Dicen que estás equivocado.
Conserva la calma
Cristo es el juez, no ellos.
No temas, sé fuerte.
El apóstol Pablo dijo: «Considero que mi vida carece de valor para mí mismo» (Hechos 20:24). Pablo tenía un corazón verdaderamente tierno porque no leemos de ninguno otro de los apóstoles que haya dicho lo que él dijo de sí mismo. Se necesita ser un hombre fuerte para llorar. «Jesús lloró» (Juan 11:35) y él fue el hombre más fuerte que haya existido jamás.
El apóstol había tomado la decisión de mantenerse firme en lo que él creía que era lo correcto. Lo que para nosotros es importante, para él no lo era. Nunca buscó transitar por el camino fácil y restó valor a su vida mortal.
Solo le preocupó una cosa: ser leal a Jesucristo; hacerse acreedor a la sonrisa del Maestro. Para Pablo, más que para cualquier otro hombre, llevar a cabo la obra de Cristo era su recompensa terrenal, pero obtener la sonrisa de Cristo era su cielo.
—Margaret Bottome