«A los que sufren, Dios los libra mediante el sufrimiento;
en su aflicción, los consuela» (Job 36:15).
Puede parecer una paradoja, pero la única persona que descansa es aquella que lo ha logrado a través de una prueba. Esta paz, nacida de la prueba, no es como la calma amenazante previa a la tormenta, sino que es como la serenidad y la quietud que siguen a la tormenta con su aire fresco y purificado.
La persona que pudiera parecer bendecida sin haber pasado por la pena del dolor no es la típicamente fuerte y poseedora de paz. Sus cualidades nunca han sido probadas por lo que no sabe aun cómo manejarse en medio de un revés…
¡Oh, cómo todo colapsa cuando llegan las aflicciones!
Nuestras esperanzas se vienen abajo rápidamente, y el corazón se abruma y decae igual que una vid azotada por el vendaval. Sin embargo, cuando el impacto inicial ha terminado, podemos mirar arriba y decir: «¡Es el Señor!» (Juan 21:7); entonces, la fe comienza a levantar nuestras esperanzas caídas una vez más y las deposita firmemente a los pies de Dios. Y el resultado final es confianza, seguridad y paz.