«No cambies de lugar los linderos antiguos que establecieron tus antepasados» (Proverbios 22:28).
Entre las propiedades que poseían en conjunto dos hermanos que eran carpinteros estaba el viejo lugar destartalado de su nacimiento. Uno de ellos iba a casarse pronto, por lo que tendrían que derribar la casa vieja para edificar una nueva en su lugar. Por muchos años ninguno de los dos había visitado la vivienda, ya que había estado arrendada.
Al entrar ahora y comenzar la obra de demolición del lugar, una y otra vez los inundaban oleadas de viejos recuerdos. Cuando llegaron a la cocina sus emociones casi se desbordaron. Aquel era el lugar donde había estado la vieja mesa con la Biblia familiar, donde se arrodillaban todas las tardes.
Ahora recordaban con dolor cómo en años posteriores se sintieron un poco superiores a esa costumbre tradicional que su padre observaba con esmero.
Uno de ellos dijo: «En cuanto a finanzas, estamos mejor de lo que él estaba, pero no somos hombres mejores».
El otro asintió diciendo: «Voy a regresar a la vieja iglesia, al camino antiguo y en mi nuevo hogar voy a dar lugar a la adoración, como lo hacía papá».
La fortaleza de una nación radica en los hogares de sus ciudadanos.
—Abraham Lincoln
Dice el doctor G. Paton: «Ni la prisa por hacer compras, ni la urgencia del negocio, ni la llegada de amigos o invitados, ni dificultades o tristeza, ni gozo o emoción nos impidieron jamás arrodillarnos alrededor del altar familiar mientras nuestro sumo sacerdote se ofrecía a sí mismo y a sus hijos a Dios».
La decisión del doctor Paton de seguir al Señor por completo se basó en la vida de su padre en el hogar. «Él caminó con Dios. ¿Por qué no yo?».
«Deténganse en los caminos… pregunten por los senderos antiguos. Pregunten por el buen camino» (Jeremías 6:16).