«SEÑOR, yo sé que el hombre no es dueño de su destino, que no le es dado al caminante dirigir sus propios pasos» (Jeremías 10:23).
La Mano de Dios nos Sostiene en los momentos difíciles y nos Guía en todo tiempo. Cuando transitamos las sendas peligrosas El está a nuestro lado.
Estábamos al pie del Mont Blanc en la aldea de Chamonix. Algo triste había sucedido el día anterior. Un joven médico había determinado alcanzar las alturas del Mont Blanc. Logró la hazaña y la pequeña aldea estaba iluminada en su honor; en la ladera de la montaña ondeaba una bandera que proclamaba su victoria.
Después que había ascendido y descendido hasta la cabaña, quiso separarse de su guía; quería estar libre de la cuerda e insistió en seguir solo.
El guía objetó, diciéndole que era peligroso, pero estaba cansado de la cuerda y declaró que quería estar libre. El guía se vio obligado a ceder.
El joven había avanzado solo una corta distancia, cuando su pie resbaló en el hielo y no pudo detenerse, deslizándose por los despeñaderos congelados. La cuerda ya no estaba, así que el guía no pudo sostenerlo ni subirlo. El cuerpo del joven médico yacía sobre el hielo.
Las campanas habían repicado, la aldea se había iluminado en honor a su éxito; pero ¡qué lástima! En un momento fatal rehusó ser guiado; estaba cansado de la cuerda.
¿Se cansa usted de la cuerda? Las providencias de Dios nos sostienen, nos refrenan, y a veces nos cansamos. Necesitamos un guía, y lo necesitaremos hasta que se terminen las sendas peligrosas.
Nunca se desprenda de su Guía. Permita que su oración sea «Sigue guiándome», ¡y un día las campanas del cielo repicarán anunciando que usted está a salvo en el hogar!
—Charles H. Spurgeon