«Cuando camines por el fuego, no te quemarás» (Isaías 43:2).
Mientras daba una conferencia acerca del fuego, un científico hizo una vez un experimento muy interesante. Él quería demostrar que en el centro de la llama había un vacío, un lugar de calma total, alrededor del cual el fuego no es sino una pared.
Para probarlo introdujo en el medio de la llama una carga diminuta de pólvora protegida con mucho cuidado. Después, le quitó la protección con cautela y no hubo ninguna explosión. Se probó el experimento por segunda vez y con una pequeña agitación de la mano hizo que la pólvora ya no estuviera protegida en el centro de la llama y el resultado fue una explosión inmediata.
De modo que nuestra seguridad no está sino en la quietud del alma. Si estamos amedrentados y cambiamos el principio de fe por el de temor, o si somos rebeldes y desasosegados, las llamas nos harán daño y como resultado sentiremos angustia y desilusión. Además, Dios se desilusionará con nosotros si perdemos la calma.
La prueba es la demostración de su amor y su confianza y ¿quién puede imaginar el gozo que le trae nuestra constancia y nuestra calma? Si él no permitiera que pasáramos por pruebas, no ayudaría nuestra vida espiritual.
Por tanto, las muchas pruebas y los sufrimientos significan que Dios tiene confianza en nosotros; que cree que somos lo suficiente fuertes para soportarlos, y que le seremos fieles aun cuando nos haya dejado sin una evidencia externa de su cuidado y estemos, al parecer, a merced de sus adversarios.
Si él aumenta las pruebas en vez de disminuirlas es una expresión de la confianza que ha tenido en nosotros hasta el presente y una prueba más de que está esperando que nosotros lo glorifiquemos en fuegos aun más ardientes, a través de los cuales nos está llamando a pasar.
¡No tengamos temor! ¡Seremos liberados de lo transitorio, de lo externo y atraídos a una comunión más íntima con Dios mismo!
¡Oh, Dios, haznos hijos de la quietud!
—Una liturgia antigua