«Ellos respondieron:
—¡Subamos, ataquémoslos! Hemos visto que la tierra es excelente. ¿Qué pasa? ¿Se van a quedar ahí, sin hacer nada? No duden un solo instante en marchar allí y apoderarse de ella.
Cuando lleguen allí, encontrarán a un pueblo confiado y una tierra espaciosa que Dios ha entregado en manos de ustedes. Sí, es una tierra donde no hace falta absolutamente nada» (Jueces 18:9–10).
¡Vamos! Esta orden indica que hay algo definitivo que nosotros debemos hacer y que nada es nuestro a menos que lo tomemos. «Así fue como las tribus de Manasés y Efraín… recibieron como herencia sus territorios» (Josué 16:4, itálicas del autor). «El pueblo de Jacob recuperará sus posesiones» (Abdías 17, itálicas del autor). «Los íntegros heredarán el bien» (Proverbios 28:10).
Necesitamos tener la fe adecuada cuando se trata de las promesas de Dios y hacer de su Palabra nuestra posesión personal.
A un niño se le preguntó qué era apropiarse de la fe. Su respuesta fue: «Es tomar un lápiz y subrayar todos los “yo”, “mi”, “mío” que encuentre en la Biblia».
Escoja cualquier palabra que él haya pronunciado y diga: «Esa palabra es mi palabra». Ponga un dedo en una promesa y diga: «Es mía». ¿Cuánto de la Palabra de Dios ha usted recibido y endosado y cuántas veces ha sido capaz de decir: «Esto ha ocurrido en mi vida»? ¿En cuántas de sus promesas ha puesto su nombre y dicho: «Esta promesa se ha cumplido en mí»?
«Hijo mío… tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo» (Lucas 15:31, itálicas del autor). No pierda su herencia por su negligencia.
Es la eterna fidelidad de Dios la que hace a las promesas de la Biblia «preciosas y magníficas» (2 Pedro 1:4).
A menudo, las promesas humanas no valen la pena y muchas promesas rotas han dejado corazones destrozados. Pero desde la creación del mundo, Dios nunca ha quebrantado una promesa a ninguno de sus hijos.
¡Qué triste es ver a un cristiano parado a la puerta de una promesa durante una oscura noche de aflicción y temeroso de girar la perilla y entrar confiadamente al refugio como entra un niño a la casa de su Padre!
—Gurnal

