«Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sion; levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: !!Ved aquí al Dios vuestro!» (Isaías 40:9).
Él se convirtió en el Hijo del hombre para que nosotros pudiéramos llegar a ser los hijos de Dios. He aquí un hombre que nació en una aldea oscura, hijo de una mujer campesina.
No tenía ni riqueza ni influencia, ni entrenamiento ni educación; sin embargo, en su infancia alarmó a un rey; en su niñez confundió a los doctores. En su vida adulta caminó sobre las olas y acalló el mar hasta dormirlo. Sanó las multitudes sin medicina y no cobró por sus servicios.
Nunca escribió un libro; sin embargo, en todas las librerías del mundo no cabrían los libros acerca de él, sin embargo, él ha provisto el tema para más canciones que todos los compositores combinados. Nunca fundó una universidad; sin embargo, todas las universidades del mundo juntas no pudieran jactarse de tener tantos discípulos como él, «que aunque era rico, por causa de ustedes se hizo pobre».
¿Cuán pobre? ¡Pregúntele a María! ¡Pregúnteles a los magos! Durmió en un pesebre prestado. Cruzó el lago en una barca prestada. Cabalgó en un asno prestado. Fue sepultado en una tumba prestada.
Mientras todavía era joven, la opinión popular se volvió contra él. Sus amigos se alejaron de él. Uno de ellos lo negó; otro lo traicionó y lo entregó a sus enemigos. Experimentó la burla y el juicio. Lo clavaron en la cruz entre dos ladrones. Sus verdugos se rifaron su ropa.
Sin embargo, todos los ejércitos que han marchado, todas las marinas que se han formado, todos los parlamentos que se han reunido, todos los reyes que han gobernado, todos juntos, no han afectado la vida del hombre tan poderosamente como lo ha hecho ¡esta única vida solitaria!
Grandes hombres han aparecido y desaparecido, ¡pero él permanece! ¡La muerte no pudo destruirlo! ¡La tumba no pudo retenerlo!
«¡Miren cómo lo sigue todo el mundo!» (Juan 12:19).
«Vayamos también nosotros» (Juan 11:16).
«Si lo buscas, te permitirá que lo encuentres» (1 Crónicas 28:9).
La Biblia es el conjunto de libros canónicos del judaísmo y el cristianismo. La Biblia es la Palabra de Dios, escrita por hombres inspirados por el Espíritu santo
