«Señor, ensénanos a orar» (Lucas 11:1).
«Pídanle, por tanto» (Mateo 9:38).
El doctor John Timothy Stone habla de una visita que hizo a la antigua iglesia de Robert Murray McCheyne. El anciano sacristán le mostró el interior de la edificación. Llevando al estudio al doctor Stone, le señaló una silla y le dijo: «Siéntese, ahí acostumbraba sentarse el maestro».
Después le dijo: «Ahora ponga los codos sobre la mesa». Así lo hizo. «Ahora incline la cabeza sobre las manos». El doctor Stone lo hizo. «Ahora deje que las lágrimas fluyan; así es como el maestro acostumbraba hacer».
El anciano sacristán llevó entonces al visitante hasta el púlpito y le dijo: «Póngase de pie detrás del púlpito». El doctor Stone obedeció. «Ahora —dijo el sacristán—, coloque los codos sobre el púlpito y apoye el rostro en las manos». Cuando eso hizo, dijo: «Ahora deje que las lágrimas fluyan; así es como el maestro acostumbraba hacer».
Entonces el anciano contó un testimonio que cautivó el corazón de su oyente. Con ojos llenos de lágrimas y voz temblorosa dijo: «Él invocó el poder de Dios sobre Escocia y todavía está con nosotros».
—Sunday School Times
¡Ah!, que tuviéramos pasión por salvar a otros. Era un convenio entre el santo misionero de la India conocido como «Praying Hyde» [Hyde, el que ora] y Dios, que cada día se ganaba por lo menos cuatro almas.
Brainerd cuenta que un domingo por la noche se ofreció para que Dios lo usara. «Estaba lloviendo y los caminos estaban enlodados; pero ese deseo se hizo tan fuerte que me arrodillé a la orilla del camino y se lo dije a Dios. Mientras oraba le dije que mis manos trabajarían para Dios, que mi lengua hablaría por Dios, si me usaba como su instrumento.
De repente, la oscuridad de la noche se iluminó y supe que Dios había escuchado y contestado mi oración; y sentí que Dios me había aceptado en el círculo íntimo de sus amados».