«¿No es acaso el carpintero…?» (Marcos 6:3).
«Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él» (Mateo 3:17).
Es lógico para nuestro sentido común que aquel que habló de «poner la mano en el arado» y «tomar el yugo», debe haber hecho arados y yugos él mismo, y sus palabras no nos parecen menos celestiales porque no tengan olor a libros y lámparas.
No cometamos el error de aquellos nazarenos: el hecho de que Jesús fuera carpintero para ellos significaba que sus credenciales de divinidad eran muy pobres, pero han sido credenciales divinas para los pobres desde entonces. No nos dejemos engañar por las clasificaciones sociales y los distintivos de las escuelas.
Carey fue zapatero, pero tenía un mapa del mundo en la pared de su tienda y sobrepasó a Alejandro Magno en sus sueños y acciones.
¿Qué pensamientos llenaban la mente de Jesús cuando se encontraba en su banco de trabajo? Uno de ellos era que los reinos de este mundo debían llegar a ser los reinos de Dios, costara lo que costara.
—Seleccionado
«¿Qué es eso que tiene en la mano?
¿Es un azadón, una aguja, una escoba? ¿Una pluma o una espada? ¿Un libro de contabilidad o uno escolar? ¿Una máquina de escribir o un instrumento telegráfico? ¿Es un yunque o la regla de un impresor?
¿Es el plano de un carpintero o la paleta de un yesero? ¿Es un acelerador o un timón? ¿Es un bisturí o una vara para medir? ¿Es un instrumento musical o el don del canto?
Lo que sea, ofrézcalo a Dios en servicio amoroso.
Muchos hojalateros, tejedores, carteros y obreros esforzados han tenido ventanas abiertas, un cielo y una mente con alas.

