«Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Juan 11:5).
Jesús no quiere que todos sus amados sean de un mismo molde y color. Él no busca uniformidad. Él no nos va a quitar nuestra individualidad; solo desea glorificarla. Él amaba a «Marta, a su hermana y a Lázaro».
«Jesús amaba a Marta». Marta es nuestro ejemplo bíblico de una mujer práctica; «Marta servía». En esto vemos lo hermoso de su carácter.
«A su hermana». María era contemplativa; pasaba largas horas en comunión profunda con lo invisible. Necesitamos las María así como las Marta; almas profundas contemplativas, cuyos espíritus derraman un sosiego fragante sobre las calles agitadas y difíciles.
Necesitamos las almas que se sientan a los pies de Jesús y escuchan su Palabra y después interpretan el dulce evangelio a un mundo cansado y agotado.
«Y a Lázaro». ¿Qué sabemos acerca de él? Nada. Lázaro parece haber sido un hombre común y corriente. Sin embargo, Jesús lo amaba. ¡Qué gran multitud cae bajo la categoría de los «nadie»! Su nombre figura en los registros de nacimientos y de muertes, y el espacio entre ambos es una gran obscuridad. Gracias a Dios por las personas comunes y corrientes.
Ellas convierten nuestra casa en un hogar; hacen la vida sosegada y dulce. Jesús ama al sencillo. He aquí, pues, un gran pensamiento consolador: él nos ama a todos, al brillante y al sencillo, al soñador y al práctico.
«Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro».
—Rvdo. J. H. Howett, D.D.